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lunes, 7 de mayo de 2007

EL MAESTRO DE MÚSICA (I)

9:30 horas. Jueves 24 de agosto de 2000, Leipzig

La iglesia de Santo Tomás acababa de abrir sus puertas aquella mañana y aún no había nadie en su interior. Los solitarios muros del templo encerraban los sueños centenarios de cuantos allí habían estado. Pese a las muchas modificaciones a las que la iglesia fue sometida a lo largo de los años, aún persistían elementos de la época románica como sus bóvedas o la ventana en el norte del coro. Frente al órgano de Bach, instalado recientemente en su honor, la mirada firme del compositor observaba desde la vidriera de cuyo centro es motivo el busto del artista. También, en la sacristía del sur, se exhiben dos violines, una viola, un violoncelo, un contrabajo y dos bombos, de la época en la que el músico estuvo allí como director del coro.

Los pasos del Padre Christoph sonaban en toda la iglesia produciendo un sonoro eco que rompía el silencio. Al pasar frente al púlpito se santiguó ante el antiguo crucifijo obra de Caspar Friedrich Löbel, perteneciente también a la época de Bach, y se dirigió hacia la plancha de bronce en cuya inscripción puede leerse “Johann Sebastian Bach” y bajo la cual se hallan los restos del compositor desde que, en 1950, fueron allí trasladados. Era costumbre del Padre Christoph acercarse hasta aquel lugar momentos antes de subir al coro para interpretar alguna de las innumerables obras del compositor. Parecía pedir consentimiento al autor antes de interpretar su obra, aunque su intención no era más que llenarse de la emotividad suficiente como para conseguir una brillante interpretación.

En unos minutos la iglesia se llenó de personas que, en aquella mañana, aparcaron sus quehaceres para suspen­derse en el espacio y en el tiempo de la música barroca. Hombres y mujeres que, durante un tiempo, permanece­rían inmersos en un viaje hacia otros tiempos, transportados tan sólo por la eminente música de Bach.

Fragmento del capítulo 3 de "El maestro de música"
J. Massanet

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