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sábado, 26 de mayo de 2007

EL MAESTRO DE MÚSICA (II)

8:45 horas. Sur del estado de Amazonas (Venezuela)

Waika y Xiriana contemplaban, como tantos días, el hermoso paisaje que los rodeaba. Habían vivido siempre allí y no conocían más de lo que podían alcanzar a pie.

Predominando el verde de la espesa vegetación formada por miles de especies, podía contemplarse una fauna variada.

Todo aquello que, formando parte de un complejo y hermoso ecosistema, algunos han llamado el pulmón del planeta, no era para Waika y Xiriana más que el lugar donde un día nacieron, donde crecieron, y en definitiva donde pasarían el resto de sus vidas.

La población Yanomami residía en el norte de Brasil y el sur de Venezuela. Estaba formada por aproximadamente veintidós mil personas distribuidas en aldeas de treinta a ciento cincuenta miembros, con un líder al que todos reconocían como el más experimentado y sabio de la aldea.

Cazadores, pescadores y agricultores, estos hombres seminómadas por las constantes inundaciones y por el corto periodo productivo de los sembradíos, pertenecen aún a ese reducido grupo de individuos llamados indígenas que no han tenido contacto alguno con la civilización.

Pobladores desde antes de que Cristóbal Colón avistara las costas del nuevo continente, permanecen fieles a sus ritos y costumbres más primitivas sin que la mano del progreso y la tecnología haya tocado jamás sus vidas.

Waika y Xiriana eran dos jóvenes pertenecientes a la población Yanomami. Waika era un chico de complexión atlética y expresión audaz, mientras que ella era delicada y sensible aunque igualmente acostumbrada, por su modo de vida, a valerse por sí misma.

Waika y su hermana Xiriana pasaban largos ratos en su aldea junto con otros jóvenes a los cuales les gustaba acompañar con música los momentos de descanso. Acompañaban los cantos con tambores, flautas y cascabeles entre otros instrumentos que ellos mismos construían.

En el resto de aldeas, la música y el baile tenían un valor casi exclusivamente ritual, sin embargo en la aldea de Waika y Xiriana por alguna extraña razón, la música había cobrado un significado que distaba mucho de parecerse a lo que uno espera encontrar en un poblado indígena. Parecía imposible, a juzgar por aquella música, que estos hombres y mujeres no hubiesen tenido jamás contacto alguno con otras formas de civilización. La riqueza de las melodías que allí se escuchaban difería mucho de las escalas pentatónicas o incluso de dos o tres notas que formaban las melodías de las otras aldeas. La complejidad de sus ritmos y la enorme belleza que producían aquellas texturas tenían que tener algún insólito significado que posiblemente sobrepasaría la lógica del mayor de los entendidos en la materia.

Fragmento del capítulo 1 de "El maestro de música"
J. Massanet

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